Hoy pensé seriamente en las cosas después de mucho tiempo. Lo que se requería para ello finalmente se juntó, y ahora solo puedo considerar la posibilidad de que me arrepentiría si no escribo aunque sea un rastro de lo que pasó por mi mente. Estoy sola en casa, voluntariamente sin música para hacer quehaceres y sola también con mis pensamientos. Los acontecimientos que sorprendieron a todo el mundo durante los dos años anteriores hicieron un cambio profundo en mí y en la forma en la que veo las cosas. El trance fue tal que casi olvidaba lo mucho que escribía en todas partes. Estaba a punto de volverme enteramente en lo que la mayoría es (o parece que es, para evitar sonar condescendiente), lo cual es peligroso.
Es peligroso no dejar rastro, no escribir. Los procesos de la mente y la personalidad cambian, los recuerdos están sujetos a modificaciones y también la forma propia de ver la vida. Confiar solo en la memoria para observar en retrospectiva al pasado es un recurso limitado e incluso poco confiable. Se necesita de algo más, de un registro físico que no se altere. Puedo entender que muchas personas eligen vivir el presente y aspirar al futuro a cambio de enterrar el pasado, puedo entender que eso que se dejó atrás quizás es tan doloroso o vergonzoso que no daría gusto volverlo a ver, pero yo lo necesito. Lo necesito para comprenderme a mí misma, para regañarme, reír o reflexionar. El contacto directo con la yo de entonces y la yo de ahora solo es posible mediante palabras escritas.
También es peligroso pasar el día a día sin crear algo. No puedo verme como alguien que solo consume y no produce, pero estaba a punto de ser alguien así. Me asustó. Estuve viviendo cada día aferrándome a lo que ofrece el exterior, he pasado cada noche distrayéndome hasta que me de sueño para no quedarme sola con el monólogo de mi mente, pero todo exceso es negativo. Por poco olvidaba que es importante balancear entre el tiempo para mí y el tiempo para el mundo. Aunque haya estado sin compañía física de nadie en mi habitación, seguí haciendo todo por los demás en lugar de conversar en serio con mi propia conciencia como lo estoy haciendo ahora. Parte de crecer y madurar no debería ser dejar de soñar para poner los pies en la tierra, sino seguir soñando sin olvidar que hay otras personas, cosas o universos que debes conocer y con los que interactúas sin falta, porque sin eso no somos humanos. Recibir los estímulos externos y no dejar ignorada a la voz interna, porque cada ser humano es el centro del universo como un todo, no solo del suyo (un autor llamado Luis Hernandez lo dijo y no puedo estar más de acuerdo). Cada uno tiene un punto de vista distinto y algo que aportar. Yo lo que quiero aportar es parte de mi universo, lo que solo yo puedo ver y sentir.
En cuanto a cómo me percibo en este momento, soy alguien incompleta. Miro atrás y veo planes sin finalizar, en la mitad o que se detuvieron apenas iniciaron. Incluso esto que escribo, luego de irme a hacer otras cosas, se está quedando corto comparando a lo que planeaba hacer originalmente. La inspiración es tan frágil, o mi cobardía tan grande, que lograr completar algo se hizo demasiado complicado para mí. Procrastinación, miedo al fracaso, la ineptitud o el rechazo se juntan en un caos mental en el que no dejo de arrepentirme de lo que hago o no hago.
Mi rayo de esperanza en esta situación son los demás cuando sí lograr expresar lo que desean en sus proyectos, gracias a ellos me quiero volver competitiva y dejar mi huella también, pero la pregunta es ¿cuándo? ¿cómo me haré el tiempo dentro de la procrastinación? ¿seré realmente capaz?, y en el medio del ciclo, la racha de energía desaparece. Me pregunto cuántas buenas letras, melodías o tramas para historias se fueron de esa manera, cuántas oportunidades de aprender o exhibir algo nuevo desvanecidas por mi inseguridad. Pero reconocerlo es el primer paso ¿verdad?
A pesar de mi pesimismo, no debo olvidar los grandes cambios por los que pasé debido a la pandemia. Por primera vez en más de diez años dejé de depender del enamoramiento o idealización de alguien más para sentirme completa o quitar la monotonía. En retrospectiva, era una persona muy acelerada e imprudente con sus sentimientos, ponía a un altar a quienes me gustaban y luego de estar en las nubes, la caída al suelo era brusca y dolorosa debido a cuán alto era ese altar. Esos años fueron duros y me enseñaron lo cruda que era la realidad en contraste a la yo ingenua y enamoradiza de entonces. Ahora, no pensar en nadie de forma romántica es aburrido, pero al mismo tiempo da paz. No hay necesidad de escribir sus iniciales en la ventana húmeda por la lluvia, o citar canciones de amor en las esquinas de mis libretas. Mis diarios y cuadernos se llenaron de hechos y eventos en lugar de divagaciones sobre quienes amaba intensamente.
El 2020 fue la única y última ocasión en la que estaba casi cerca de lograr algo verdaderamente tangible, pero en cuestión de meses mi corazón fue destrozado. Imagino que después de eso internamente estaba considerando que ya era suficiente dolor para mí, no lo sé, pues desde entonces fui capaz de volverme independiente y descubrir nuevas formas de sentir o de vivir experiencias en general. Cuando los poemas o historias que hacía se redujeron, comencé a preocuparme si de verdad no podía hacer nada creativo sin enamorarme, regresaba así el tema anterior de mis débiles rachas de inspiración o las emociones constantes que me fueron arrebatadas al quedarme encerrada en mi cuarto por dos años. Sin embargo, no creo que todo esté perdido. Existe la ficción por algo, y el año pasado fueron las historias de personajes sumamente útiles y un refugio para emocionarme y sentirme viva.
Ahora, antes de cumplir 18 años, ser consciente de ello es sumamente importante [...]